De vez en cuando, aprovechando la visita de algunos matrimonios amigos nuestros para jugar a la canasta, suelo hacer algún bizcocho para comerlo en el intermedio de alguna de las partidas, acompañado con alguna copita de licor (últimamente preferimos el vodka al caramelo).
No suelo elaborar siempre el mismo bizcocho, me gusta experimentar, y comprobar como saben cada una de las posibilidades que tiene esta especialidad de la repostería, con sus variedad de formas, olores, sabores, siendo también la base elemental de la mayoría de las tartas.
Con casi los mismos ingredientes, mantequilla o aceite, azúcar, harina, huevos y levadura, solamente cambiando la proporción de cada uno de ellos, se consiguen variadas versiones, esponjosas unas, con más cuerpo otras, sin contar con el sabor que le aportamos si añadimos algún licor, frutos secos, leche, yogur, etc. Además de la agradable fragancia que queda en la cocina mientras se hornea.
Pero no quiero enrollarme, como decía, el último que elaboré lo hice siguiendo una receta de las Hermanas Clarisas del Monasterio de Nuestra Señora del Espino, sito en Vivar del Cid, a 9 km de Burgos, adapté los ingredientes de la receta para cuatro personas:
100 g de mantequilla
150 g de azúcar
100 g de harina
75 g. de nueces picadas
2 huevos
1 copa de ron
1 cucharadita de levadura en polvo
1 pellizco de sal.
Como no disponía en ese momento de nueces, las cambie por pasas, que previamente tuve una hora remojándose en el ron.
Pepi, mi mujer, suele decirme que a ella le gusta más el bizcocho que lleve aceite, en vez de mantequilla, y para complacerla, ayer le preparé uno para ella sola, adaptando los ingredientes de la receta que más le agrada:
1 huevo
50 cl. de leche
1 vaso de danone de harina
2/3 vaso danone de azúcar
1/3 id. de aceite oliva
½ sobrecito de Royal y raspaduras de limón al gusto.
Tras 20-25 minutos en el horno, sube el doble.
Es curioso que el nombre de bizcocho, del latín biscoctu(m), signifique “dos veces cocido”, que era aplicado al pan para secarlo más, evitando prácticamente toda su humedad y se podía conservar durante mucho tiempo, especialmente para usarlo en las largas travesías por mar;. También era llamado esta forma de elaborar el pan para los barcos, galleta o bizcocho marinero. Era tan dura y difícil de masticar que los marinos gastaban parte de su ración de agua en ablandarla para poder hacerla masticable.
Igualmente, con este nombre de bizcocho, se llaman también a los objetos de porcelana o loza, cocido una o dos veces sin barnizar.
En Italia se llama Pan di Spagna al "bizcocho" y biscotto la galleta.
Y siguiendo con los sinónimos: “Mojar el bizcocho”, es una alusión a la fornicación masculina: “Estate tranquila, cuando estuve de viaje en Madrid no moje el bizcocho”.
Y si queréis disponer de una gran variedad de recetas “bizcocheras”entrad en:
Que aproveche…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes poner tu opinión.